Introducción – ¿Qué nos está pasando como especie?
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ToggleImpacto negativo del uso excesivo de pantallas en niños y jóvenes
Vivimos una transformación silenciosa: mientras las pantallas conquistan nuestra atención, el arte de la presencia —el teatro— parece relegado. Pero… ¿a qué precio?
Numerosos estudios alertan sobre los efectos adversos que tiene la exposición prolongada a pantallas en el desarrollo cerebral y el comportamiento infantil. En términos neurobiológicos, un estudio de imágenes cerebrales por resonancia encontró que los niños en edad preescolar con más tiempo de pantalla mostraban menor integridad estructural de la materia blanca en regiones asociadas al lenguaje y la función ejecutiva (autorregulación) (scienceblog.cincinnatichildrens.org) .
Estas alteraciones neuronales se traducen en peor rendimiento en pruebas de lenguaje y alfabetización temprana en comparación con niños con menos exposición digital (scienceblog.cincinnatichildrens.org) .
En otras palabras, el uso excesivo de tablets, móviles o TV durante los primeros años podría alterar las conexiones cerebrales cruciales para el aprendizaje y el control cognitivo.
Diversos trabajos también vinculan las pantallas con dificultades atencionales y de autorregulación. Durante la primera infancia, el cerebro necesita practicar la concentración y el manejo de la frustración mediante estímulos del mundo real y momentos de aburrimiento. Sin embargo, la estimulación constante de las pantallas “secuestra” la atención del niño, dificultando que desarrolle la capacidad de concentrarse y procesar información de manera sostenida (unicef.org). Asimismo, al ofrecer distracción inmediata ante el mínimo atisbo de aburrimiento, las pantallas impiden que el niño aprenda a controlar sus impulsos y emociones por sí mismo (unicef.org). Investigadores en neurodesarrollo advierten que un niño hiperestimulado por dispositivos puede volverse menos tolerante a la espera y mostrar más labilidad emocional (unicef.org). Estas observaciones concuerdan con hallazgos de un meta-análisis que relacionó el tiempo elevado de pantalla (>7 horas diarias) con menor bienestar psicológico, menos autocontrol y mayor distractibilidad en población infantil (pmc.ncbi.nlm.nih.gov)
En el plano social y emocional, la evidencia sugiere que el exceso de medios digitales puede erosionar habilidades humanas fundamentales. Un informe de UNICEF resume que el tiempo en pantalla reduce la empatía, ya que dificulta la capacidad de los niños pequeños para leer expresiones faciales y señales no verbales, habilidades que solo se adquieren mediante la interacción humana cara a cara (unicef.org). En la práctica, un experimento reveló que bastarían cinco días sin dispositivos electrónicos para mejorar significativamente la capacidad de preadolescentes de reconocer emociones ajenas, en comparación con compañeros que mantuvieron su uso habitual de pantallas (escholarship.org) . Esto sugiere que la sobreexposición digital entorpece el aprendizaje social, al privar a los jóvenes de prácticas reales de interacción y perspectiva social. Consistentemente, un amplio meta-análisis de la Universidad de Michigan detectó un declive pronunciado en los niveles de empatía (preocupación empática y toma de perspectiva) de estudiantes universitarios entre 1979 y 2009, fenómeno acentuado a partir de la década del 2000 (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov). Aunque las causas son multifactoriales, los autores especulan que la disminución de interacciones personales directas y el aumento de la comunicación mediada por pantallas podrían estar contribuyendo a esta “deshumanización” de las nuevas generaciones (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov).
Algunos neurocientíficos incluso advierten de un proceso de “idiotización digital”. El investigador Michel Desmurget (INSERM, Francia) recopiló datos mundiales indicando que las pantallas afectan todo aquello que nos hace humanos: el lenguaje, la capacidad de pensar y razonar, la memoria…, produciendo un efecto devastador en el desarrollo cognitivo (maltasaludmental.es). Según Desmurget, numerosos estudios corroboran que esta generación presenta reducciones en habilidades básicas como la atención sostenida, el vocabulario e incluso el cociente intelectual, en comparación con cohortes previas (maltasaludmental.es) . En sus palabras, “las pantallas afectan gravemente la inteligencia, mermando la capacidad de memorizar y de concentración”, lo cual se refleja en peores resultados académicos y dificultades lingüísticas observadas por educadores (maltasaludmental.es , maltasaludmental.es). Si bien estas afirmaciones generan debate, sí ponen de relieve una preocupación general: el consumo digital excesivo durante la niñez puede empobrecer el entorno de estimulación – reemplazando tiempo antes dedicado a leer, jugar o convivir – y con ello obstaculizar el óptimo desarrollo del cerebro social y cognitivo (neuro-class.com.).
El juego teatral como contrapeso positivo
Frente a estos riesgos, el juego simbólico y el teatro surgen como potentes aliados del desarrollo saludable. La práctica teatral –ya sea en forma de dramaturgia escolar, juego de roles o “hacer como que” en la infancia temprana– involucra una gama rica de procesos cognitivos, sociales y emocionales que estimulan el cerebro en vías opuestas a la pasividad de la pantalla. Una revisión neuropsicológica en población infantil resalta que la enseñanza del teatro exige activar múltiples funciones mentales: atención sostenida, memoria de trabajo (para diálogos e instrucciones), memoria episódica y semántica, lenguaje verbal y no verbal, funciones ejecutivas (planificación, inhibición, flexibilidad), percepción sensorial multicanal y cognición social (alejandria.poligran.edu.co). Es decir, hacer teatro es una tarea integral que compromete al córtex prefrontal y otras áreas corticales al coordinar estas habilidades de alto nivel. No sorprende entonces que los investigadores consideren que el teatro en entornos escolares potencia la comunicación, la cognición y la socialización de forma efectiva (alejandria.poligran.edu.co). En dicha revisión, tras analizar numerosas fuentes, se concluyó que la participación teatral fortalece los procesos neuropsicológicos infantiles de manera integral, mejorando la motivación por el aprendizaje, la expresión emocional, las habilidades sociales y el trabajo en equipo dentro del aula (alejandria.poligran.edu.co).
Estimulación cognitiva y desarrollo cerebral
El juego teatral y simbólico entrena el “músculo” del cerebro ejecutivo. Al asumir un rol ficticio o dramatizar una historia, el niño debe inhibir su identidad real (autocontrol) y seguir unas reglas imaginarias, lo cual ejercita la corteza prefrontal (responsable de regular la conducta y la atención). Estudios de neurociencia del teatro han observado que actores entrenados pueden incluso modular la actividad de su corteza prefrontal anterior: por ejemplo, al escuchar su propio nombre mientras están en personaje, muestran una respuesta neuronal suprimida en el área prefrontal asociada al autorreconocimiento, en contraste con la fuerte activación que eso provocaría en condiciones normales (medicalxpress.com). Esto sugiere que la formación teatral adapta los mecanismos cerebrales de autocontrol y autoconciencia, permitiendo al actor “apagar” temporalmente su sentido de sí mismo para encarnar a otro personaje (medicalxpress.com). Además, la dramatización en grupo sincroniza la actividad cerebral social: un experimento con fNIRS (imagenología cerebral funcional portátil) mostró que dos actores que ensayan juntos logran sincronizar patrones de activación en regiones frontales (giro frontal inferior y córtex frontopolar derecho) relacionadas con la interacción social y la planificación de acciones (medicalxpress.com). Esta sincronía neural no se observó en sus ritmos cardíacos o respiratorios, sino específicamente en el cerebro, evidenciando cómo el teatro involucra circuitos frontales especializados en la coordinación social compleja (medicalxpress.com). En suma, a nivel neurocognitivo el teatro es un “gimnasio mental”: al memorizar guiones y dirigir la atención, mejora la memoria y la concentración; al tomar decisiones escénicas imprevistas, fomenta la flexibilidad cognitiva y la resolución de problemas; y al habitar mundos ficticios, estimula la imaginación y el pensamiento abstracto.
Diversos autores han destacado la conexión entre juego simbólico y pensamiento creativo. En actividades de “hacer de cuenta”, los niños usan un objeto para representar otro (por ejemplo, un palo que se convierte en espada), lo que implica manejar símbolos y abstracciones – justamente la base del pensamiento abstracto y la creatividad temprana (quicktakes.io) De hecho, las habilidades manifestadas en el juego de simulación guardan una fuerte asociación con las medidas de creatividad, especialmente con la capacidad de pensamiento divergente (generar ideas originales) (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov). Estudios longitudinales sugieren que los niños imaginativos tienden a conservar esa inventiva en la vida adulta, si bien es difícil probar causalidad directa (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov). No obstante, la evidencia convergente indica que cuando un niño juega a “ser otro” está practicando justamente los procesos cognitivos (combinación flexible de ideas, simbología, experimentación) que subyacen a la creatividad humana (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov). Por ello, el juego dramático podría contrarrestar la potencial pasividad creativa asociada al consumo de contenidos digitales, ofreciendo un espacio para ejercitar la imaginación, la inventiva y la capacidad de abstracción activamente.
Desarrollo socioemocional y habilidades humanas
Más allá de lo cognitivo, el teatro y el juego de roles nutren la inteligencia emocional y social de niños y jóvenes. Al representar distintos personajes (por ejemplo, “jugar a la mamá y al bebé” o actuar en una obra escolar), los participantes exploran diferentes emociones y perspectivas. Esta experimentación segura les permite ponerse en el lugar del otro, entendiendo puntos de vista ajenos – un componente central de la empatía (quicktakes.io). Investigaciones en psicología del desarrollo muestran que los niños que participan regularmente en juego simbólico exhiben mayor empatía y conciencia social, justamente porque han practicado “como si” fueran otra persona, con sentimientos y motivaciones distintas a las propias (quicktakes.io). En edades mayores, la formación actoral formal también reporta beneficios socioemocionales medibles: en dos estudios controlados, alumnos de primaria y adolescentes de secundaria que recibieron un año de clases de teatro mostraron mejoras significativas en sus puntuaciones de empatía y teoría de la mente, en comparación con compañeros que tomaron otras actividades artísticas (música, artes plásticas) (academia.edu). Especialmente en los adolescentes, el entrenamiento actoral incrementó su capacidad de inferir el estado mental o emocional de otras personas en situaciones cotidianas (medido con paradigmas de precisión empática) (academia.edu). Estos resultados, obtenidos en contextos experimentales, demuestran la plasticidad de la empatía y las habilidades de mentalización más allá de la primera infancia, y sugieren que tales capacidades socioemocionales pueden potenciarse mediante el juego de roles deliberado (academia.edu). Un artículo de Frontiers in Human Neuroscience coincide en que la práctica actoral prolongada podría inducir cambios en las redes neuronales subyacentes a la cognición social, mejorando competencias como la lectura de emociones, la regulación emocional y la comprensión de la perspectiva ajena (pmc.ncbi.nlm.nih.gov).
Los beneficios sociales del teatro también han sido documentados en medidas de comportamiento. En un conocido experimento, un grupo de niños de 6 años fue asignado aleatoriamente a clases extraescolares de actuación dramática durante un año, mientras otros niños recibieron clases de música o ninguna actividad. Al cabo de ese periodo, si bien los niños músicos obtuvieron un ligero aumento de CI, los niños del grupo de teatro mostraron una mejora notable en su “conducta social adaptativa” que no se observó en los demás grupos (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov). Esto abarca habilidades como trabajar en equipo, respetar turnos, negociar roles y resolver conflictos dentro del juego imaginativo. En efecto, el teatro es una actividad inherentemente colaborativa: siempre requiere una interacción grupal donde los participantes deben comunicarse, cooperar y coordinarse para crear la historia compartida (alejandria.poligran.edu.co). Durante los ensayos y juegos dramáticos, los niños aprenden a negociar reglas y personajes, desarrollando habilidades sociales como la cooperación, la escucha activa, la negociación y la resolución de conflictos (quicktakes.io) . Al simular situaciones (p. ej., una visita al médico o un problema entre amigos) en un entorno lúdico, también practican cómo manejar emociones como la frustración, el miedo o la tristeza en la vida real (quicktakes.io). Este proceso contribuye directamente a la regulación emocional: a través del juego de roles, un niño puede actuar un enojo o una pena y ensayar distintas soluciones, ganando autocontrol y entendimiento sobre sus propios afectos (quicktakes.io). En suma, el juego teatral proporciona un “laboratorio social” donde los jóvenes pueden experimentar con las relaciones humanas y las emociones de forma creativa y empática, contrarrestando la frialdad e individualismo que a veces promueve la interacción por pantallas.
Conclusiones
La literatura científica respalda con fuerza la idea de que el juego teatral y simbólico es un valioso contrapeso a los efectos negativos del exceso de pantallas en el desarrollo infantil-juvenil. Por un lado, las pantallas, cuando dominan la vida del niño, se asocian con déficits en el desarrollo cerebral, menores habilidades lingüísticas, problemas de atención y autorregulación, así como con un empobrecimiento de la empatía y la interacción social (scienceblog.cincinnatichildrens.org , unicef.org). Por otro lado, el teatro y la simulación activa fomentan lo mejor del desarrollo humano: estimulan la corteza prefrontal mediante el ejercicio de la memoria, la atención y el control inhibitorio; favorecen la creatividad y el pensamiento abstracto al invitar a crear mundos imaginarios; potencian la empatía y las habilidades sociales al obligar a los participantes a adoptar otras perspectivas; y ayudan a regular las emociones en un espacio lúdico y seguro (academia.eduquicktakes.io) En palabras de un grupo de psicólogos evolutivos, “el juego simbólico no es un mero pasatiempo, sino un vehículo potente que mejora la estructura y función del cerebro y promueve las funciones ejecutivas – es decir, el proceso de aprender a aprender” (publications.aap.org).
En definitiva, equilibrar el tiempo de pantalla con experiencias teatrales o de juego imaginativo puede mitigar los riesgos de la era digital, humanizando el desarrollo. Donde las pantallas pueden aislar, el teatro conecta; donde lo digital puede anestesiar la mente, el juego creativo la despierta. La evidencia interdisciplinaria –desde la neurociencia hasta la pedagogía– sugiere que incluir el teatro y la dramatización en la educación de niños y adolescentes es una estrategia basada en pruebas para cultivar cerebros más sanos, inteligentes y empáticos, contrarrestando así el efecto homogenizador y potencialmente limitante que conlleva la sobreexposición a las pantallas (alejandria.poligran.edu.co , pmc.ncbi.nlm.nih.gov).
Referencias Destacadas
Estudios revisados por pares y fuentes académicas que sustentan estos hallazgos incluyen, entre otros:
Hutton et al. (2019) – JAMA Pediatrics: asociación entre uso de pantallas y alteraciones en sustancia blanca cerebral (lenguaje, funciones ejecutivas) (scienceblog.cincinnatichildrens.org.)
Uhls et al. (2014) – Computers in Human Behavior: experimento que vincula abstinencia de pantallas con mejora en reconocimiento emocional en preadolescentes. (escholarship.org).
Konrath et al. (2011) – Pers. Soc. Psychol. Rev.: meta-análisis sobre declive de empatía en jóvenes post-año 2000 (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov)
Goldstein & Winner (2012) – Journal of Cognition and Development: estudios longitudinales demostrando que la formación teatral aumenta la empatía y la teoría de la mente en niños y adolescentes (academia.edu).
Schellenberg (2004) – Psychological Science: ensayo controlado que muestra mejoras de conducta social en niños involucrados en clases de teatro (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov).
Castro et al. (2020) – Revista Poligran: revisión en español sobre teatro, desarrollo infantil y procesos neuropsicológicos (alejandria.poligran.edu.co , alejandria.poligran.edu.co)
Greaves et al. (2022) – Journal of Cognitive Neuroscience: estudio UCL de neuroimagen portátil en actores, evidenciando modulaciones en córtex prefrontal e interacción cerebral sincronizada durante la actuación (medicalxpress.commedicalxpress.com).
Russ (2016) – New Dir. Child Adolesc. Dev.: revisión sobre juego de fantasía como antecedente de la creatividad adulta. (pubmed.ncbi.nlm.nih.gov)
Estas referencias, junto con otras citadas a lo largo del informe, aportan sustento científico a la conclusión de que fomentar el juego teatral puede ayudar a contrarrestar los efectos deshumanizantes del exceso de pantallas, promoviendo en nuestros niños y jóvenes un desarrollo más equilibrado, creativo y empático. (maltasaludmental.es , pmc.ncbi.nlm.nih.gov).